viernes, 18 de abril de 2014

Las cartas en el mundo grecorromano.

               Las cartas eran una forma habitual de expresión literaria en el mundo grecorromano. El estadista romano M. Tulio Cicerón (106-43 a.C) era conocido en su tiempo como "escritor de cartas"; en tiempos de Pablo, los volúmenes de sus cartas se editaban junto a Homero y Virgilio como valiosos tesoros literarios [Tal como aparece reflejado en una excelente máxima compuesta por Marcial (Epigramas 14.188) a principios de los años ochenta del siglo I d.C]. L. Anneo Séneca (5/4 a.C.-64 d.C), que era filósofo estoico y contemporáneo de Pablo [El hecho de que Séneca fuera encarcelado durante el reinado de Nerón casi al mismo tiempo en que las leyendas fijan el martirio de Pablo, contirbuyó a que en los siglos posteriores se produjera una correspondencia apócrifa entre Pablo y Séneca, en la que Pablo convence a su compañero de prisión de las ideas cristianas (Cuadro 7.1)], utilizó el género epistolar como instrumento para la enseñanza filosófica y moral. Pero lo mismo había hecho tres siglos antes el filósofo griego Epicuro (341-270 a.C). El aristócrata romano Plinio el Joven (61-113 d.C) acabaría reuniendo su correspondencia personal y oficial en varios libros para su publicación posterior; uno de estos volúmenes contenía las cartas dirigidas y recibidas del Emperador Trajano, entre las que aparece la referencia romana más antigua a los cristianos [Plinio, Epístolas 10.96-97, fechada ca. 110-113 d.C., cuando Plinio ejercía su oficio de supervisor imperial en la provincia de Bitinia. Estas cartas presentan algunos de los testimonios más antiguos sobre las actitudes romanas hacia los cristianos y los comienzos de los juicios contra ellos]. Los cristianos posteriores, especialmente los obispos y los dirigentes de la Iglesia que pertenecía a la aristocracia, como Cipriano de Cartago (ca. 200-258 d.C.), Atanasio de Alejandría (296-373 d.C) Juan Crisóstomo (347-407 d.C), Basilio de Cesarea (330-379d.C.), Jerónimo (342-420d.C), Agustín (354-430 d.C) y muchos otros, siguieron la tradición de escribir y coleccionar cartas, tanto oficiales como personales, en griego y en latín.


              Puesto que muchos de estos escritores de cartas eran conscientes de su herencia literaria, la comparación de sus cartas con las de Pablo se ha considerado, en ocasiones, una pérdida de tiempo. En la antigüedad tardía y durante la Edad Media, las cartas de Pablo se consideraban como "escritura" y, por consiguiente, regidas por diferentes presupuestos literarios. Al comienzo de la investigación moderna se consideraron más adecuadamente como correspondencia común; sin embargo, se pensaba que eran formal y estilísticamente inferiores a las grandes "epístolas" literarias de los autores clásicos [Cf. Stanley K. Stowers, Letter Writing in Greco-Roman Antiquity, Westminster, Filadelfia 1986, pp. 17-26.] Aunque la reciente investigación no apoya este último punto de vista, no obstante, se extendió en parte gracias a los grandes descubrimientos de los documentos, escritos en papiro, del Egipto romano, que comenzaron a finales del siglo XIX. Estos hallazgos nos han hecho más conscientes del enorme uso que se hacía de las cartas en el mundo romano, en todos los niveles sociales y con diferentes grados de sofisticación.

             La enorme burocracia del Imperio romano hizo de la escritura y de los documentos escritos una necesidad imperiosa, tal vez más que en cualquier otro período de la historia antigua hasta tiempos relativamente recientes. Como consecuencia, aumentó el número de personas que sabían leer y escribir, al menos en un nivel básico [Se ha debatido recientemente hasta qué punto sabía la gente escribir y leer en el mundo antiguo. Especialmente, William V. Harris, en Ancient Literacy, Harvard University Press, Cambridge 1989, sostiene que había menos alfabetismo de lo que se ha supuesto en los estudios más antiguos sobre el mundo grecorromano; sin embargo, la cuestión se reduce a saber qué entendemos por "analfabeetismo". Una perspectiva más cauta nos permitiría afirmar que había mucha más gente en el mundo romano con un mínimo alfabetismo funcional que en los períodos anteriores o posteriores de la cultura occidental hasta la modernidad, aun cuando muchas de estas personas no estaban capacitadas para leer o escribir literatura en un sentido estricto.]. El griego era aún la lengua predominante en la mitad oriental del Imperio; el latín se utilizaba en la parte occidental. Algunos de los numerosos escribas ejercían de notarios para quienes no sabían escribir en griego ni en latín o para quienes necesitaban documentos de índole más oficial (cf. 7.1). Otros escribas profesionales se dedicaban casi exclusivamente a producir manuscritos literarios [L.D. Reynolds y N.G. Wilson, Scribes and Scholars: A Guide to the Trnasmisions of Greek and Latin Literature, Clarendon, Oxford 1974; Marcello Gigante, Philodemus in Italy; The Books from Herculaneum, University of Michigan Press, Ann Arbor 1955, pp. 1-48; H. Y. Gamble, Books and Readers in the Early Church; A History of Early Christian Texts, Yale University Press, New Haven 1995, pp. 1-41.]. A otros se les contrataba como secretarios particulares para escribir cartas personales y oficiales [Por ejemplo, el emperador Augusto contrató como secretario suyo a Horacio, que llegaría a ser un gran poeta; Suetonio, en Vida de Horacio, cita una carta de Augusto en la que se queja de que sus compromisos oficiales le hacían imposible mantener una correspondencia con sus amigos. Sobre la escritura de cartas en el sistema educativo, cf. Stowers, Letter Writing in Greco-Roman Antiquity, pp. 32-35.]

                                              LÁMINA 7.1


                   Por algunos comentarios sabemos que Pablo utilizó también a estos escribas para su actividad epistolar. La referencia más obvia se encuentra en Rom 16,22 [22Yo, Tercio, el amanuense, os mando un saludo cristiano.] en donde su escriba Tercio envía sus propios saludos. También en algunas ocasiones dice Pablo algo semejante, como, por ejemplo: "  11Fijaos qué letras tan grandes, son de mi propia mano. " (Gal 6,11) o " 21La despedida, de mi mano: Pablo. "(1Cor 16,21). En estos casos hemos de imaginarnos que tomaba la pluma del escriba y escribía su saludo personal con su propia letra, de forma semejante a lo que puede verse frecuentemente en los papiros (lámina 7.1). Lamentablemente, no se nos han coservado los autógrafos originales del propio Pablo, pues podríamos haber obtenido alguna información adicional, al menos como "segunda mano".

                En correlación con la extensión de la actividad escritora se desarroló toda una industria dedicada a producir materiales e instrumentos de escritura (lámina 7.2), que abarcaba desde las tablillas de cera, que podían utilizarse para tomar notas y después borrarlas y volver a utilizarlas, hasta pergaminos hechos de piel (que duraban mucho más, pero también eran más caros) y grabaciones en piedra (frecuentemente utilizadas para hacer los decretos públicos y las cartas imperiales) [Sobre la última, cf. la inscripción de Gallio, una carta del emperador Claudio dirigida a la ciudad de Delfos.] El papiro, del que procede nuestra palabra "papel", era, con mucho, el material de escritura más utilizado y accesible. El papiro es una planta languirucha pantanosa que crecía originariamente a lo largo de las riberas del Nilo. Ya era utilizado como material para escribir en el antiguo Egipto (como, por ejemplo, El libro de los Muertos), pero se popularizó mucho mas durante los periodos helenista y romano, que fue cuando se desarrolló una gran industria en torno a él.

            Los autores de historia natural de la antigüedad describieron con todo lujo de detalles la elaboración del papiro [Cf. Plinio el Viejo, Historia natural 13.68-83 (en Barrett, The New Testament Background, pp. 24-28).], que consistía en cortar el junco de papiro en tiras finas y extenderlas a lo largo para formar una hoja; luego se extendía otra capa de tiras cruzando la primera y se prensaban las dos. Posteriormente, se cubrían las fibras con agua y la savia de la planta formando un pegamento natural. Para terminar, se recortaban las hojas según diferentes medidas. Uno podía ir a una tienda de papiros y comprar una hoja de acuerdo con sus necesidades o posibilidades. Para escribir documentos extensos, como, por ejemplo un libro, que habitualmente se hacía en uno o más rollos (en latín, volumen; en griego, biblios), se pegaban las hojas para conseguir la longitud que el documento requería. Aunque un rollo normal nunca tenía más de seis metros, sabemos que también existían rollos de obras literarias que llegaban a medir casi trece metros.


viernes, 28 de marzo de 2014

Pablo, el escritor de cartas.

            La incuestionable influencia que Pablo tuvo en las etapas iniciales y posteriores de la historia cristiana procede, en gran parte, del hecho de que escribiera cartas a sus iglesias. Éstas constituyen los documentos cristianos más antiguos que se nos han conservado, y el esfuerzo posterior por unirlas en un único volumen marcó el comienzo del canon neotestamentario. Antes de que hubiera evangelios existían cartas, y la carta continuó siendo uno de los principales géneros utilizados en la actividad literaria de los cristianos a lo largo de todo el período antiguo. De los veintisiete documentos que forman el Nuevo Testamento occidental, veintidós son, en su totalidad o particialmente, cartas [La mayor parte de ellas son claramente clasificadas como cartas; sin embargo, incluso el libro del Apocalipsis, que, atendiendo a su género, es un apocalipsis, contiene siete cartas a las iglesias (caps. 2-3) como parte de su preámbulo.] Algunas de las cartas tardías del Nuevo Testamento o incluso posteriores (siglo II) se escribieron imitando intencionadamente a Pablo. En ocasiones, por tanto, se le consideró como un modelo literario a imitar, aun cuando, ciertamente, no se habría catalogado así. Más bien, adaptó las formas comunes del género epistolar para hacer frente a determinadas situaciones de sus iglesias, y al hacerlo las utilizó para expresar su creativo pensamiento teológico en nuevos contextos sociales y culturales.

Los elementos de la nueva fe de Pablo.

               Pablo, al igual que la mayoría de los miembros de la primera generación del movimiento de Jesús, no dejó de ser judío tras convertirse en discípulo de Jesús. Ciertamente, la experiencia sería completamente diferente para aquellos gentiles a los que había anunciado el Evangelio, puesto que tendrían que sufrir una forma más radical de "conversión" a una visión del mundo totalmente diferente, es decir, a la cosmovisión del judaísmo, en la que se veneraba a un solo y único Dios. Aunque no se nos ha conservado ninguna de las predicaciones de Pablo, no obstante, podemos inferir algunos elementos de su predicación y de su nueva fe a partir de sus cartas. Muchos especialistas piensan que 1 Tes 1,9-10 representa una especie de sumario sintético de lo que Pablo decía a sus conversos gentiles: "9ellos mismos, hablando de nosotros, cuentan qué acogida nos hicisteis, cómo abandonando los ídolos os convertisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero 10y aguardar la vuelta desde el cielo de su Hijo, al que resucitó de la muerte, de Jesús, el que nos libra del castigo que viene. ".

              Observamos que su mensaje comienza aseverando la fe en el Dios único y verdadero, que concuerda con su estricto monoteísmo judío [Muchos de los elementos de la relación de Pablo con sus conversos gentiles dependen principalmente de este cambio hermenéutico fundamental orientado hacia el monoteísmo judío. Puede apreciarse en algunas de las máximas judías que surgen en sus catas; por ejemplo, 1 Cor 8,4: " 4Esto supuesto, en lo de comer carne de los sacrificios sabemos que en el mundo un ídolo no representa nada y que nadie es Dios más que uno"]. A continuación, encontramos el dato de que había llegado a creer que Jesús era, después de todo, el mesías judío y que su muerte podía interpretarse de acuerdo con la tradición profética de Israel (1 Cor 15,3-4 "3Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido: que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, 4que fue sepultado y que resuctió al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras;". El dato de que Jesús era el mesías (o christos, en griego) crucificado, a quien Dios había vindicado resucitándolo de entre los muertos, constituía, con toda certeza, una afirmación nuclear del mensaje de Pablo: "Pues nunca me he preciado entre vosotros de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor 2,2). Además de este conocimiento de la tradición roal primitiva sobre la muerte, el entierro y la resurrección, que ya hemos comentado, Pablo conocía los himnos primitivos sobre Jesús en los que se celebra su humillación, muerte y glorificación:

Flp 2,8-11 [ Numerosos especialistas también piensan que Col 1,15-20 es un himno antiquísimo, aun cuando se pongan en duda la genuina paternidad paulina de Colosenses.]
8se abajó, obedeciendo hasta la muerte
y muerte en cruz.
9Por eso Dios lo encumbró sobre todo
y le concedió el título que sobrepasa todo título;
10de modo que a ese título de Jesús
toda rodilla se doble
-en el cielo, en la tierra, en el abismo-
11y toda boca proclame (Is 45,23)
que Jesús, el Mesías, es Señor,
para gloria de Dios Padre.

                Para Pablo, el hecho de que Jesús fuera el mesías de Israel significaba además que habían comenzado los últimos tiempos apocalípticos que pronto llegarían a su final con el retorno de Jesús (cf. 1 Tes 4,13; 5,1-11 LA VENIDA DEL SEÑOR. 4,13-5,11.).  Finalmente, Pablo estaba convencido de que había sido apartado "desde antes de nacer" para una misión especial, es decir, para llevar a los gentiles a este nuevo reino escatológico, de acuerdo con las profecías de Isaías y Jeremías.

domingo, 16 de marzo de 2014

¿"Conversión" o "llamada"?

                   Es claro que Pablo tuvo una experiencia profunda. También nos da algunas pistas sobre la forma en que la interpretó en la frase "cuando Dios, que me había separado antes de nacer y de llamarme por su gracia" (Gál 1,15). La expresión que adopta aquí es muy parecida a la que encontramos en dos pasajes de los profetas hebreos Jeremías e Isaías:

                  Jr 1,4-5:
                  Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: "Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado; te constituí profeta de las naciones [gentiles]".

                 Is 49,1-6:
                 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó antes de nacer; desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre. Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de sus manos; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba. Me dijo: "Tú eres mi siervo Israel, en quien seré glorificado".

                Pero yo dije: "He trabajado en vano, he gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa". Escuchad ahora lo que dice el Señor, que me formó en el vientre como siervo suyo para que le trajese a Jacob y le consagrase a Israel. Yo soy valioso para el Señor y en Dios se halla mi fuerza. El dice:
               "No sólo eres mi siervo
               para restablecer las tribus de Jacob
              y traer a los supervivientes de Israel,
              sino que te convierto en luz de las naciones [gentiles]
              para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".

              En los dos pasajes se utilizan las expresiones "apartar", "consagrar" o "llamar" antes del nacimiento (o "desde el vientre materno") para referirse a la llamada que Dios hace al profeta [Los pasajes de Jeremías señalan más directamente a la propia comprensión del profeta como resultado de una experiencia de "llamada". Sin embargo, el de Isaías procede de uno de los denominados cánticos del siervo sufriente. Este "siervo" se ha interpretado como alusión al mismo profeta, al rey de Israel (símbolo del pueblo elegido), o a la misma nación, como una especie de "pueblo profético" cuya función consiste en proclamar su alianza con Dios como una llamada al resto de los pueblos de la tierra. Sólo mucho tiempo después llegarían a reinterpretarse estos mismos cánticos del siervo sufriente con referencia a Jesús como el mesías sufriente]. Con otras palabras, las expresiones de Pablo sitúan la interpretación de su experiencia totalmente dentro de la concepción judía.

            Pablo se consideró como un agente especial llamado por Dios para realizar una determinada tarea, que consistía, según el vocabulario de Isaías y Jeremías, en servir como profeta, o "luz", para las naciones. Pero también hemos de recordar que el término "naciones" en griego, tal como lo utilizan los LXX y Pablo, es sinónimo de "gentiles". Por consiguiente, parece que Pablo entendió que su misión era ser el mensajero designado por Dios para cumplir las profecías de Isaías y Jeremías. Esto lo sitúa totalmente dentro de su herencia judía, aun cuando predicara a los gentiles. También significa que no tiene sentido que hubiera abandonado el judaísmo para convertirse en seguidor del movimiento de Jesús o para llegar hasta los no judíos. Por esta razón, muchos especialistas prefieren definir la experiencia de Pablo como una "llamada" o "vocación" en lugar de "conversión" [Actualmente es la opinión más aceptada; cf. Koester, History and Literature of Early Christianity, p.108]. Si utilizamos el término "conversión", éste ha de entenderse únicamente en un sentido sectario; Pablo no se había "convertido" desde el judaísmo. Más bien, se había "convertido" simplemente desde una de las sectas del judaísmo, el grupo de los fariseos, a otra, al mismo tiempo que seguía compartiendo la misma visión del mundo y el mismo conjunto de valores. En esta perspectiva, Alan Segal considera a Pablo como una especie de "buscador religioso" que, progresivamente, llegó a darse cuenta de que el grupo al que había perseguido como forma aberrante del judaísmo era, después de todo, la auténtica [Alan F. Segal, Rebecca´s Children, Harvard University Press, Cambridge 1986, p. 104; cf., también, su obra Paul the Convert; The Apostolate and Apostasy of Saul the Pharisee, Yale University Press, New Haven 1990.] 

domingo, 2 de marzo de 2014

La experiencia de Jesús que tuvo Pablo.

                      Por estas mismas razones, hemos de considerar como una elaboración legendaria el relato de los Hechos sobre la luz cegadora en el camino de Damisco. No obstante, Pablo tuvo algún tipo de experiencia visionaria de Jesús resucitado, y, sin lugar a dudas, fue este suceso el que hizo que se convirtiera en seguidor del movimiento. Pablo alude a esta experiencia en dos de sus cartas, Gálatas y 1 Corintios.

Gál 1,15-16.

15Y cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó 16revelarme a su Hjo para que yo lo anunciara a los paganos, no consulté con nadie de carne y hueso ni tampoco[Traducción de la Nueva Biblia Española.]

1 Cor 15,5-9.

5que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. 6Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. 7Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos.
                   8Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo. 9Es que yo soy el menor de los apóstoles; yo, que no merezco el nombre de apóstol, porque perseguía a la Iglesia.  [Traducción de la Nueva Biblia Española.]

              Los términos que Pablo utiliza en estos textos para referirse a la naturaleza de su experiencia son importantes. En Gálatas usa el verbo "revelar" (en griego apokalysai), que procede del sustantivo "apocalipsis" o "revelación". A la luz de su contundente afirmación de que "no pidió consejo a hombre alguno", podemos interpretar esta experiencia como una visión apocalíptica de algún tipo. En 1 Corintios utiliza el término "apareció" (opthe), que es más genérico; sin embargo, emplea la idéntica forma verbal en los versículos precedentes para describir las apariciones de Jesús resucitado a Pedro, Santiago y los quinientos. Se recordará que éste es el mismo pasaje que hemos comentado anteriormente...

... en el que Pablo repite la tradición oral más antigua sobre Jesús. Por tanto, a partir de este contexto, el uso de la palabra "aparecer" debe tener el sentido de una "epifanía" o una visión de Jesús resucitado [El mismo término se utiliza en este sentido en la versión de los LXX de Jue 13,3, donde encontramos una aparición angélica; cf. Nm 14,3.15. Pablo emplea estas dos mismas palabras combinándolas en 2 Cor 12,1; cf. infra.].

                     Desafortunadamente, no nos dice nada más, y algunos autores han recurrido a injustificadas explicaciones de tipo psíquico. Ahora bien, estas explicaciones no son necesarias. Pablo indica que estaba perfectamente habituado a este tipo de visiones reveladoras, en sintonía con el ambiente apocalíptico y mágico del que procedía. Así, por ejemplo, cuando fue a Jerusalén por segunda vez para tratar del asunto de los gentiles con Pedro y Santiago, dice que subió "movido por una revelación" (Gál 2,2). En otro lugar afirma que había tenido "visiones/apariciones y revelaciones" (2 Cor 12,1), tras lo cual describe una de estas experiencias en la que fue "llevado hasta el tercer cielo" y vio el paraíso (2 Cor 12,2-5),. Esta última descripción es muy afin a la tradición apocalíptica judía de las ascensiones y visiones celestiales [J.D. Tabor, Things Unutterable: Paul´s Ascent to Paradise in Its Greco-Roman, Judaic, and Early Christian Contexts, University Press of America, Lanham (MD), p. 1986; M. Himmelfarb, Ascent to Heaven in Jewish and Christian Apocaliypses, Oxford University Press, Nueva York 1993, pp. 107-110. Cf., también, el capítulo 4. Puesto que Pablo introduce esta información diciendo "hasta catorce años", se ha identificado erróneamente esta visión con su conversión. Más bien, parece tratarse de dos sucesos totalmente diferentes].

sábado, 1 de marzo de 2014

El trasfondo judío de Pablo.

                Pablo hace claramente gala de su judaísmo en varias cartas: "Circuncidado al octavo día, miembro del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo nacido de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; con respecto a su celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, intachable" (Flp 3,5-6; cf. 2 Cor 11,22; Rom 11,1).En más de una ocasión habla del celo que sentía por la fe judía, por la que, con rectitud de conciencia, había persguido inicialmente al movimiento de Jesús (cf. Gál 1,13; 1 Cor 15,9), un dato que está de acuerdo, al menos en líneas generales, con el relato de Hechos.

              Aunque en una ocasión dice que era fariseo con respecto a la interpretación de la Torá (Flp 3,5), no da ninguna indicación de que hubiera estudiado con famosos maestros fariseos de Jerusalén, como, por ejemplo, Gamaliel (tal como sugiere Hch 22,3). Sin embargo, Pablo no dice que tuviera alguna vinculación con las autoridades judías de Jerusalén para perseguir a la Iglesia y solamente cuenta que tuvo lugar en Damasco. Nunca habla de Tarso como su lugar de nacimiento (cf. Hch 21,39; 22,3), ni dice que fuera ciudadano romano (cf. Hch 16,21.37-38; 22,25-29; 23,27). Las penalidades que tuvo que sufrir a manos de las autoridades romanas ( 2 Cor 11,24-25) no son propias de quienes poseían la ciudadanía romana. Estas evidentes diferencias con respecto al relato de Hechos ha conducido a que muchos especialistas pongan en cuestión la ciudadanía romana de Pablo, aun cuando probablemente habría sido un ciudadano de Tarso. (1).

(1). La intención de Hechos es clara, aun cuando la terminología no lo sea tanto. Cf. A. N. Sherwin-White, Roman Law and Roman Society in the New Testament, Oxford University Press, Oxford 1963, pp. 144-162. El término técnico para referirse a la "ciudadanía" (politeia) sólo se utiliza una vez, en Hch 22,28, y en este caso se trata de una referencia al centurión que arresta a Pablo. Todas las alusiones al estatus de Pablo son implícitas (como en su réplica al centurión en Hch 22,28) o utilizan un término diferente que simplemente significa "romano" (romaios), sin que siempre indique una auténtica ciudadanía (cf. Hch 2,10; 25,16; 28,17). Para una valoración más escéptica, cf. Helmut Koester, Introduction to the New Testament, vol. 2: History and Literature of Early Christianity, DeGruyter, Nueva York y Berlín 2000, p. 107; Betz, "Paul", 5:187.

                   

viernes, 28 de febrero de 2014

La "conversión" o "llamada" de Pablo.

       La cuestión de cómo llegó Pablo a convertirse en un seguidor del movimiento de Jesús ha inspirado innumerables obras de arte y múltiples ideas sobre cómo tendría que ser una auténtica conversión. En Hechos encontramos tres relatos diferentes, que incrementan su carácter dramático e importancia. El primero y más extenso se encuentra, en forma de narración de lo acaecido, en Hch 9,1-31 []. Luego, en los capítulos posteriores, se hace que Pablo repita nuevamente el episodio, una vez durante su arresto en Jerusalén (Hch 22,6-21 []) y, después, en Cesearea, durante el juicio ante el gobernador Festo y el tetrarca judío Agripa II (26,12-20). En estas dos ocasiones, el relato forma parte del discurso de Pablo. Aunque existen algunas discrepancias inexplicables incluso entre los tres relatos, la historia básica es la siguiente:

      Pablo (que entonces se llamaba Saulo) se había convertido en un terrible enemigo de los primeros seguidores de Jesús en Jerusalén. Había obtenido la autorización de los dirigentes judíos de Jerusalén para ir a Damasco y arrestar a los seguidores de Jesús de allí. Mientras iba de camino tuvo la experiencia de una luz cegadora y oyó una voz del cielo que, en seguida, se identificó como "Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,5; 22,8; 26,15). Ciego y conducido hasta Damasco por sus compañeros, Pablo se encontró con un hombre llamado Ananías, que era seguidor de Jesús, a quien se le había ordenado en una visión que fuera atender a Pablo. Como consecuencia de su atención y de su enseñanza, Pablo se bautizó y se transformó en un defensor de Jesús, con el mismo celo que antes había mostrado en su contra.

      A partir de esta versión más tardía que encontramos en Hechos se ha denominado "conversión" a la experiencia de Pablo. De perseguidor de la fe pasó a ser su más ardiente y eficaz defensor gracias a la visión que tuvo de Jesús resucitado. De acuerdo con esta versión, Pablo aparece destacadamente como el "primer cristiano" o, al menos, el "converso" más importante, porque a continuación viene a personificar la experiencia de los conversos gentiles al mismo tiempo que forja una forma del movimiento predominantemente no judía. De este modo, se convierte en el  héroe de la segunda parte de Hechos.
    El propio relato que hace Pablo de su experiencia es menos dramático y, desgraciadamente, muy parco en detalles. No obstante, nos da una información importante sobre su piedad judía anterior a la conversión y sobre lo que pensaba que había ocurrido en el proceso. Algunos aspectos de su descripción tienen un fuerte parecido con el relato de Hechos, pero hay otros que no.