viernes, 6 de septiembre de 2013

LOS CUATRO EVANGELIOS COMO FUENTES HISTÓRICAS..

                       Por tanto, ¿dónde encajan adecuadamente los evangelios cristianos en todo esto? Sin lugar a dudas, constituyen las fuentes más antiguas que poseemos sobre la vida y muerte de Jesús. Algunos son anteriores a Josefo o, al menos, contemporáneos suyos; casi todos son más antiguos que la obra de Tácito. Pero, no obstane, proceden de un período considerablemente posterior al mismo Jesús. El más antiguo es el evangelio de Marcos, que fue escrito en algún momento entre los años 69 y 75 d.C. 

TABLA CRONOLÓGICA DE LAS FUENTES ANTIGUAS.


                      Así pues, todos los evangelios proceden de un período de al menos cuarenta años -o toda una generación- después de la muerte de Jesús. De hecho, todos se compusieron después de la primera revuelta. El último, el evangelio de Juan, podría haberse compuesto un siglo después, dependiendo de cuándo lo fechemos. 

                     Los evangelios no son "historias" propiamente dicha o, al menos, no en el sentido que actualmente damos a este concepto. Más bien, caen dentro de la categoría literaria antigua conocida como "vidas" o "biografías", como las que se escribieron sobre Alejandro Magno y otros personajes famosos. En este tipo de literatura era bastante habitual enriquecer el relato con detalles fantásticos o románticos, algunos de los cuales podían ser ciertos o no. Muchas veces las fuentes eran tradiciones orales, leyendas y exageraciones que se desarrollaron para explicar la fama o persona que el personaje tendría posteriormente. Así, por ejemplo, se convirtió en tópico de las biografías tardías de Alejandro Magno atribuir su nacimiento a una concepción milagrosa, acompañada por una serie de signos y portentos, con el objetivo de demostrar que el recién nacido iba a ser una persona dotada de poderes divinos [Plutarco, Alejandro 2.1-3.2]. Un relato semejante se deslizó posteriormente en algunas versiones de la vida de Augusto [Suetonio, Augusto 2.94.1-7]. Esta hipérbole o exageración procede claramente de un tiempo en el que Augusto ya había muerto, cuando sus logros se habían transformado en objeteo de veneración dentro del culto imperial. De igual modo, los evangelios se escribieron como "vidas" de Jesús en cuanto fundador del movimiento cristiano. Por tanto, son un producto de la reflexión posterior sobre su vida a la luz de la importancia que los creyentes posteriores le atribuyeron. En este sentido, son expresiones de la fe de aquellos primeros cristianos que contaron y volvieron a contar el relato de Jesús en las últimas décadas del siglo I.

                  Por consiguiente, desde un punto de vista histórico, hemos de ser constantemente conscientes de varias consideraciones metodológicas importantes a la hora de estudiar los evangelios. En cierto modo, se aplican a toda obra narrativa antigua que presenta acontecimientos  pasados, tal como hemos hecho en nuestro estudio de las polémicas judías y de Josefo.

                   1. Hemos de ser siempre conscientes del tiempo en que se escribió el relato con respecto al tiempo de los acontecimientos reales que pretende describir. Ciertamente, el trabajo resulta mucho más fácil cuando conocemos inequívocamente la fecha de un determinado escrito. Aun así, la mayoría de las fuentes antiguas (y también algunas modernas) nos dan algunas claves sobre la perspectiva desde las que fueron escritas, lo que nos conduce a otras cuestiones históricas.

                  2. ¿Cuál es la posición o la pespectiva desde la que el autor vuelve a contar los acontecimientos? ¿Hay algún indicio de que existan perspectivas posteriores o una nueva información?

                  3. ¿Cuál era el contexto o el objetivo del escrito? ¿Cómo funcionaba el relato en su propia época y posteriormente?

                  4. ¿Cuáles eran las fuentes del autor y cómo se utilizaron?

                  5. A partir de las respuestas a las preguntas anteriores podemos comenzar a preguntarnos si el relato es un informe preciso del acontecimiento anterior en todos los aspectos o si existe algún tipo de "interpretación" que se haya colocado en el relato para que fuera más inteligible de acuerdo con la situación o programa del autor.

                 Por tanto, a fin de cuentas, siempre nos preguntamos simultáneamente dos cuestiones históricas de igual importancia: ¿Qué ocurrió realmente? y ¿por qué un escritor posterior contó la historia de lo que ocurrió de un modo determinado? No podemos esperar responder a cada una de estas cuestiones sin afrontar las dos. En ambos casos, y en toda investigación histórica, el asunto más importante es el contexto -el contexto original de un acontecimiento, como también el contexto de aquellos que contaron la historia de ese acontecimiento en generaciones posteriores-. No tratamos de negar la perspectiva de fe de los evangelios (o de cualquier otra obra religiosa) ni de descartarla a favor de una arbitraria idea de la historia, sino todo lo contrario. Sólo conociendo la fe y los objetivos de los autores y sus destinatarios podemos llegar a comprender sus escritos.

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