El Jesús histórico no fue el fundador de una nueva religión llamada "cristianismo". De hecho, el nombre de "cristianismo" como designación del nuevo movimiento no llegó a aparecer hasta un siglo después de su muerte. El mismo Jesús parece haber sido un tipo de predicador reformista -algunos podrían calificarlo como "profeta" -en el seno del complejo y conflictivo ambiente del judaísmo de principios del siglo I. El movimiento que se desarrolló en torno a Jesús -en la medida en que podamos catalogarlo apropiadamente como "movimiento" antes de su muerte -se parecía, probablemente, a otras sectas judías de la época, en la que había una notable diversidad y, en ocasiones, conflictos sobre cuestiones relativas a la observancia y la piedad judía.
Por tanto, hemos de ser cautos a la hora de suponer que la Iglesia cristiana irrumpió en la escena como una institución religiosa específica e identificable tras la muerte de Jesús o que se inició en un determinado momento o como un fenómeno singular. Aunque el relato tradicional de los orígenes del movimiento -basado casi exclusivamente en el libro de los Hechos- podría reflejar algunos aspectos de los primeros momentos, es muy probable que no cuente realmente toda la historia. Más aún, cuenta su relato del nacimiento del movimiento cristiano desde una perspectiva posterior, cuando ya la Iglesia había comenzado a desarrollar una identidad más específica. En consecuencia, debemos tener cuidado en retrotraer condiciones o desarrollos que sólo surgieron mucho tiempo después al período de sus orígenes. De hacerlo, crearíamos un mito de los orígenes que nunca existió realmente.
Así pues, al igual que en la búsqueda del Jesús histórico, el descubrimiento de los orígenes del movimiento cristiano debe afrontar los problemas derivados de la destilación de la información histórica a partir de estas fuentes posteriores. Como ya hemos visto, los relatos escritos más antiguos de la vida de Jesús no aparecieron sino cuarenta o cincuenta años después de su muerte. De forma análoga, el relato más antiguo de la fundación del movimiento se encuentra en el libro de los Hechos, que fue escrito como parte de este proceso por el mismo autor que escribió el evangelio de Lucas y, por tanto, unos sesenta años o más después de la muerte de Jesús. Aunque todos estos relatos escritos son considerablemente tardíos, sabemos que utilizaron fuentes de información más antiguas. Algunas podrían haber sido escritas (como sostienen algunos especialistas con respecto a Q), pero la mayoría eran tradiciones orales repetidas y conservadas en el seno de las mismas congregaciones. Los miembros de esas comunidades conservaron la memoria de Jesús y de sus primeros seguidores contando y recontando los relatos que poseían sobre ellos. De hecho, nuestras fuentes más antiguas sobre la fundación del movimiento aparecen en situaciones donde también encontramos reminiscencias sobre el mismo Jesús.
Por tanto, hemos de ser cautos a la hora de suponer que la Iglesia cristiana irrumpió en la escena como una institución religiosa específica e identificable tras la muerte de Jesús o que se inició en un determinado momento o como un fenómeno singular. Aunque el relato tradicional de los orígenes del movimiento -basado casi exclusivamente en el libro de los Hechos- podría reflejar algunos aspectos de los primeros momentos, es muy probable que no cuente realmente toda la historia. Más aún, cuenta su relato del nacimiento del movimiento cristiano desde una perspectiva posterior, cuando ya la Iglesia había comenzado a desarrollar una identidad más específica. En consecuencia, debemos tener cuidado en retrotraer condiciones o desarrollos que sólo surgieron mucho tiempo después al período de sus orígenes. De hacerlo, crearíamos un mito de los orígenes que nunca existió realmente.
Así pues, al igual que en la búsqueda del Jesús histórico, el descubrimiento de los orígenes del movimiento cristiano debe afrontar los problemas derivados de la destilación de la información histórica a partir de estas fuentes posteriores. Como ya hemos visto, los relatos escritos más antiguos de la vida de Jesús no aparecieron sino cuarenta o cincuenta años después de su muerte. De forma análoga, el relato más antiguo de la fundación del movimiento se encuentra en el libro de los Hechos, que fue escrito como parte de este proceso por el mismo autor que escribió el evangelio de Lucas y, por tanto, unos sesenta años o más después de la muerte de Jesús. Aunque todos estos relatos escritos son considerablemente tardíos, sabemos que utilizaron fuentes de información más antiguas. Algunas podrían haber sido escritas (como sostienen algunos especialistas con respecto a Q), pero la mayoría eran tradiciones orales repetidas y conservadas en el seno de las mismas congregaciones. Los miembros de esas comunidades conservaron la memoria de Jesús y de sus primeros seguidores contando y recontando los relatos que poseían sobre ellos. De hecho, nuestras fuentes más antiguas sobre la fundación del movimiento aparecen en situaciones donde también encontramos reminiscencias sobre el mismo Jesús.
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